Entre los usos legítimos de las armas, el tiro olímpico es, sin duda, el
menos discutible, aunque tenga también sus detractores. Vamos a
analizar, la especificidad del tiro como actividad humana y deportiva
Las
modalidades del tiro olímpico —plato y precisión— constituyen una
peculiar estilización del uso de las armas. ¿En qué consiste esta
“estilización”?
Veamos:
Si aceptamos que tirar —en su sentido
más amplio y general— es acertar a algo lejano con un arma, resulta
evidente que esta posibilidad, en sí misma, tiene una enorme
trascendencia.\r\nRecordar la importancia que ha tenido en la historia
el poder acertar a un blanco lejano; la caza y la guerra, dos
actividades inevitablemente asociadas al devenir de los seres humanos,
que cambiaron su faz:\r\nDel predominio de la fuerza —motor exclusivo
de la selección natural—\r\nse pasó al predominio de la
inteligencia.Pues bien, el tiro,tal y como ahora lo conocemos, es el
último tramo de un largo proceso evolutivo; hereda todo lo que significó
en sus albores, pero quintaesenciado,estilizado y, sobre todo,
intelectualizado.\r\nEl tirador, de forma inconsciente, reproduce los
mecanismos de la evolución cultural: ser el mejor, o al menos muy
bueno, acertando a algo lejano con un arma es demostrar, y demostrar-se a
sí mismo, una superioridad ancestral (No olvidemos la importancia que
ha tenido, en cualquier ámbito cultural, el buen
tirador,fundamentalmente porque ofrecía seguridad, ya fuera como
cazador, ya fuera como defensor.\r\nAunque en el tiro deportivo no se
defiende ni se caza —los otros usos legítimos de las armas—, el tirador
conserva estas motivaciones, más o menos pertenecientes al
“inconsciente colectivo”; pero el tirador olímpico, en cualquiera de
sus modalidades, lo que se propone en realidad es un puro ejercicio
intelectual. Vamos a ver lo que esto significa.
El componente teórico del tiro.
El
tiro es una actividad intelectual, ante todo, porque tiene en su misma
base un fuerte componente teórico. El tiro, en efecto, exige una serie
de conocimientos ínter disciplinares, indispensables para su más
eficaz realización. En cualquier artículo o libro sobre tiro existen una
serie de consideraciones sobre anatomía, fisiología, óptica, física
aplicada, sicología, etc., sin cuya comprensión es muy difícil llegar a
un nivel importante. El tiro implica un profundo conocimiento de todos
los elementos que intervienen en el proceso, desde el arma y sus
mecanismos, hasta el tirador, considerado de modo analítico.\r\nLa
bibliografía específica sobre tiro, no abundante pero si hipertécnica,
nos demuestra su enorme componente teórico. Es curioso que los libros
sobre caza son fundamentalmente anecdóticos, quienes escriben acerca de
temas cinegéticos cuentan sus lances, pero rara vez se entretienen en
dar normas sobre el modo de tirar. Por el contrario, los libros y
artículos que se escriben sobre tiro deportivo\r\n—más concretamente
acerca del tiro de precisión— requieren un estudio analítico y
pormenorizado, porque en ellos se detalla cada componente del acto de
tirar, cada uno de los pasos que debe seguir el tirador y que deberá
reproducir por separado hasta unirlos en un todo para conseguir la
automatización, la\r\nrealización puramente refleja de algo que ha
tenido que asimilarse, previamente,\r\na nivel intelectual.
La especificidad del tiro
Y
es que esta necesidad de automatización viene exigida por la
característica más importante del tiro, y que hace de él uno de los
deportes más difíciles y en cierto modo único: tirar bien es hacer algo
idéntico y perfecto de modo repetido.\r\nPor ejemplo, en el tiro de
precisión, se trata de hacer 10, de acertar al centro de la diana, en
principio siempre.\r\nEsto, como todos los tiradores saben por
experiencia —y hasta los no tiradores—es algo casi imposible; y algo
que hace también del tiro un deporte\r\nprácticamente único; nadie
exige al futbolista que tire siempre de modo perfecto e idéntico, ni al
tenista que ejecute sus golpes sin un fallo.\r\nCualquier deporte dé
competición tolera altibajos como algo normal, entre\r\notras cosas
porque en los deportes de competición —donde hay uno o varios\r\nrivales
enfrente— se juega, también, con el fallo del contrario. En el
tiro,\r\ndonde no hay contrarios, se exige la perfección idéntica y
repetida. El\r\ntirador, como el corredor de fondo, está solo. También
lo está el saltador de altura, el de longitud, el lanzador de disco,
peso o jabalina... Pero nadie\r\nexige a ninguno de estos deportistas
que ejecute siempre sus acciones de modo\r\nperfecto, y menos aun
sesenta veces seguidas —o más veces, según la modalidad.\r\nCabe
objetar que el tirador no tiene que realizar el mismo esfuerzo físico
que un saltador de altura o un corredor de fondo. Pero ésta sería una
objeción de profano; sólo con una sólida preparación fisica puede el
tirador soportar el desgaste psicofísico de una competición.
Ética y psicología en el tiro
\r\nPues
bien, esta necesidad de perfección repetida exige del tirador un afán
de superación: para tirar bien hay que tener habilidad —fruto de la
preparación intelectual y técnica—; pero además hay que tener la
voluntad de hacer las cosas de modo perfecto, lo que exige constancia,
sacrificio y, sobre todo, autocontrol.\r\nEl afán de perfección del
tiro es, en principio, ilimitado. Las máximas puntuaciones están ahí,
como los picos del Himalaya, desafiantes, invitando a conquistarlas. ¿Se
podrá alguna vez llegar al 600 en Pistola Libre? Es difícil,
dificilísimo; pero no imposible. Sin embargo, mientras que los 8.000
metros del Himalayá son invariables, en el tiro las distancias y/o los
tamaños de las dianas pueden cambiarse. Sí alguna vez se consiguieran en
todas las modalidades de tiro las máximas puntuaciones, es casi seguro
que la I.S.S.F. aumentaría las distanciás o, por lo menos, haría las
dianas más pequeñas. El tiro, pues, implica un afán de perfección que
tiende, asintóticamente, al infinito. Mientras que en cualquier otro
deporte los récords alcanzados hasta el momento determinan la marca a
batir, en el tiro existe un “valor añadido”, se trata de alcanzar ese
récord, por supuesto; pero, detrás del récord, está la puntuación
máxima, como récord absoluto.\r\nAdemás de esta voluntad de hacer las
cosas de modo perfecto, el tiro exige -como apunté antes— un enorme
autocontrol, un perfecto autodominio de las emociones primarias. El
tirador, cuando compite, no tira “contra” otros tiradores, sino “con”
otros tiradores.\r\nEn casi todos los deportes de competición existen
contrarios, dispuestos a que fallemos y a aprovecharse de nuestros
errores. Pero el tirador sólo compite consigo mismo; nadie le incomoda
ni estorba, nadie le da en el codo para que su puntería falle. Es más —y
esto es algo que he podido comprobar de modo personal—,\r\nno es
extrañó que reciba, por parte de sus “competidores”, consejos y
aliento.El tirador, pues, sólo tiene que controlarse, dominar sus
emociones y su tensión, y hacer el mayor número posible de tiros
perfectos. Nada más y nada menos. Y es que el tiro de precisión, sobre
todo, es un extraño deporte en el que la tensión debe vencerse estando
quieto. Cualquier otro deporte —incluso el ajedrez— admite tensiones y
movimientos. El tiro no: el tiro exige llegar a un reposo casi
estatuario, al menos durante ese momento —terrible— en el que sale el
disparo, en el que se producen —fruto de un largo entrenamiento— una
serie de actos reflejos que han sido interiorizados de modo analítico y
que dan como resultado esa síntesis final, ejecutada de modo casi
inconsciente.
Un uso pacifico de las armas
Es difícil
concebir, pese a todo, una actividad humana menos agresiva. Ante todo
porque el tirador —si lo es auténticamente— es un ser humano con un
profundo autocontrol de sus emociones más elementales: un tirador
iracundo, por ejemplo, es impensable que sea buen tirador. En segundo
lugar, porque lo único que se agrede —hablando de modo figurado— es una
cartulina, si tiramos en precisión, y un pedazo de cerámica, si tiramos
al plato. Conseguir, al final de la tirada, el máximo de aciertos, es
el trofeo más preciado para un tirador dé precisión o plato. Porque en
el tiro, se acierta o no se acierta. Y acertar es, en definitiva —eso lo
sabemos todos— una de las cosas más difíciles, tanto en los polígonos
de tiro como en la vida.
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